Sobre uno de sus personajes jóvenes, que iba haciéndose poeta, Joyce escribió: «Mientras caminaba por la ciudad sus ojos y sus oídos se llenaban de impresiones y estaban listos a recibir palabras, imágenes, revelaciones. Cosas que colocaba en su arcón de tesoros del lenguaje. Y no tenían que venir de los libros siempre: podía encontrarlos por azar lo mismo en las tiendas que en un anuncio en la calle o en la boca de la gente. Tomaba las palabras y se las repetía hasta que perdían algo inmediato y se le convertían en vocablos prodigiosos». Las besaba y las poseía y era poseído por ellas. Sobre todo, las escuchaba. Y eso era lo más erótico. Casi al final de su vida, Joyce fue fotografiado durante tres días por Giselle Freund. Entre anécdotas e imágenes difusas, los gestos de su cara en una de las fotografías nos dejan ver la naturaleza de su paso vital por el mundo.
Por Alberto Ruy-Sánchez